Sábado 28 de junio de 2008; 19:00
Diego se viste con una túnica de color marrón oscuro. Tiene el pelo negro y muy largo, recogido en una cola. Enciende un cigarro. Por el olor parece un tabaco muy fuerte. Sopla lo que aspira sobre sus instrumentos, sobre su cuerpo, hacia los cuatro lados de la sala y, por último, en el interior de una botella de plástico llena de un líquido oscuro, casi negro. Tras agitarlo, llama a la primera persona empezando por su izquierda. En mi turno, me arrodillo junto a él y le digo que es mi primera vez. Casi llena un vaso (chupito grande) metálico y me lo entrega diciéndome "Que Dios te bendiga". El sabor es a la vez amargo y dulzón. No es completamente líquido y parece tener trocitos de algo terroso. Al tragarlo se pega a mi garganta. Su olor y su sabor no me abandonarán durante días, o meses, o años...
Regreso a mi lugar y me siento en cuarto de loto, me quito las gafas y cierro los ojos. Al acabar de tomar todos, también Diego lo hace. Enciende una pipa con el mismo tipo de tabaco y sopla con él la coronilla de cada uno de los presentes mientras pone sus manos en forma de embudo sobre nuestras cabezas. Inmediatamente empieza a hacer sonar un manojo de hojas (shacapa creo que se llama), como si de una maraca se tratara, acelerando e incrementando el sonido de manera paulatina. Al cabo de 20 o 30 min de la toma, llegan los efectos.
En principio es como un mareo que se incrementa rápidamente hasta convertirse en algo muy desagradable. Hay angustia, temor de soltar y perderse y experimento la sensación de haber vivido ya todo esto en momentos cercanos a la muerte y/o al nacimiento. Diego canta y acelera los sonidos. Sé que su música tribal y repetitiva y mi respiración es lo único que me puede alejar del terror, del pánico y de la oscuridad. Siento que en cualquier momento me disolveré y sólo seré vómito y diarrea sin fin. No puedo aguantar más y debo dejar que todo sea como debe ser. Me arrepiento de estar aquí. Me rindo.
En ese preciso instante, algo cambia. El mareo y la angustia se transforman aunque no se retiran y sé que el cambio proviene precisamente de la rendición. A mi alrededor varias personas vomitan, gimen y sufren. Temo que los olores y los sonidos me devuelvan al mareo y a la desesperación, pero no es así. A partir de este momento, la percepción del tiempo y del espacio deja de ser lineal.
Diego no deja de hacer sonar diferentes instrumentos y de cantar. Soy consciente por primera vez de su influencia en los efectos del fuerte brebaje. Las sensaciones vienen y van por oleadas que coinciden con los icaros (cantos), con los ritmos obsesivos y con las sopladas de tabaco. Ha desaparecido el miedo. Puedo dejarme llevar totalmente y, de repente, me invade una intensísima sensación de comunión. Siento en mi interior la Pachamama, la Madrecita que me muestra que yo soy la vida. Intento racionalizar mis sensaciones pero me resulta imposible. El conocimiento no procede de la mente sino de todas y cada una de mis células, separadas por inmensos vacios. Siento que todo es natural y que no hay duplicidad: la vida y la muerte, el sufrimiento y el placer, la bondad y la maldad proceden del mismo lugar terrible y maravilloso. Lloro y río al mismo tiempo, abrumado por la indescriptible realidad de las sensaciones.
Diego pregunta si alguien quiere tomar más. Abro los ojos. Ya ha anochecido. Me doy cuenta del sufrimiento a mi alrededor y siento el conocimiento instintivo de que puedo ayudarles. Abro los brazos y me dejo llevar por los sonidos, por las vibraciones y por los colores. Todo lo que siento es energía. Me doy cuenta de que puedo manipularla para absorber el sufrimiento de mis hermanos de ceremonia. Y lo hago hasta que una energía mayor me lo impide: es Diego, poderosísimo chamán, que domina, dirige y conduce. Me impresiona su poder mientras me muestra que el sufrimiento también es natural. Hoy no me toca a mi, pero llegará. Me alcanza la idea del sufrimiento consciente como parte de todas las evoluciones posibles. Me admira su maestría y sabiduría inmemorial. Siento la necesidad de reconocerlo: "¡Shaman!". Él sigue ayudando con soplidos, icaros, sonidos y palabras. A veces juega con el sonido de su voz con tintineos y vibraciones y en esos juegos hay caricias, enseñanzas y mucha comprensión. Siento su poder que me hace sentir poderoso.
Abro los ojos de nuevo. Algunos hermanos caminan como fantasmas, rodeados de halos de energía. Entran y salen de la sala, con movimientos lentos y desequilibrados. Gritos, gemidos, arcadas insoportables, suspiros y risas. Hago lo posible por acompañarlos con mi energía, con un amor que es mío aunque también es nuestro. Sigo llorando agradecido por la perfecta realidad de lo que somos. En varios momentos me pierdo hasta que la voz me recuerda que la vida es respirar. En una de esas ocasiones, respirando de una manera especialmente profunda, siento una enorme fuerza alojada en mí. Me desperezo y me estiro y las ondas son palpables. Estoy completamente tenso y me siento profundo y muy potente. En todo momento tengo los brazos abiertos como si sostuviera una gran bola en cada una de mis manos.
Sudo a mares y bostezo en muchas ocasiones (luego sabré que es otra forma de limpieza y purificación). Cada vez estoy más cansado. Diego da por terminada la ceremonia. Oigo los aplausos de mis compañeros, pero yo aún estoy ahí. Me siento agradecido pero sé que aún no ha acabado. Me pierdo. De pronto siento las arcadas y el vómito. Es fuerte pero no doloroso. Ya llega el final. Han pasado 9 horas. Por fin me duermo.
Diego se viste con una túnica de color marrón oscuro. Tiene el pelo negro y muy largo, recogido en una cola. Enciende un cigarro. Por el olor parece un tabaco muy fuerte. Sopla lo que aspira sobre sus instrumentos, sobre su cuerpo, hacia los cuatro lados de la sala y, por último, en el interior de una botella de plástico llena de un líquido oscuro, casi negro. Tras agitarlo, llama a la primera persona empezando por su izquierda. En mi turno, me arrodillo junto a él y le digo que es mi primera vez. Casi llena un vaso (chupito grande) metálico y me lo entrega diciéndome "Que Dios te bendiga". El sabor es a la vez amargo y dulzón. No es completamente líquido y parece tener trocitos de algo terroso. Al tragarlo se pega a mi garganta. Su olor y su sabor no me abandonarán durante días, o meses, o años...
Regreso a mi lugar y me siento en cuarto de loto, me quito las gafas y cierro los ojos. Al acabar de tomar todos, también Diego lo hace. Enciende una pipa con el mismo tipo de tabaco y sopla con él la coronilla de cada uno de los presentes mientras pone sus manos en forma de embudo sobre nuestras cabezas. Inmediatamente empieza a hacer sonar un manojo de hojas (shacapa creo que se llama), como si de una maraca se tratara, acelerando e incrementando el sonido de manera paulatina. Al cabo de 20 o 30 min de la toma, llegan los efectos.
En principio es como un mareo que se incrementa rápidamente hasta convertirse en algo muy desagradable. Hay angustia, temor de soltar y perderse y experimento la sensación de haber vivido ya todo esto en momentos cercanos a la muerte y/o al nacimiento. Diego canta y acelera los sonidos. Sé que su música tribal y repetitiva y mi respiración es lo único que me puede alejar del terror, del pánico y de la oscuridad. Siento que en cualquier momento me disolveré y sólo seré vómito y diarrea sin fin. No puedo aguantar más y debo dejar que todo sea como debe ser. Me arrepiento de estar aquí. Me rindo.
En ese preciso instante, algo cambia. El mareo y la angustia se transforman aunque no se retiran y sé que el cambio proviene precisamente de la rendición. A mi alrededor varias personas vomitan, gimen y sufren. Temo que los olores y los sonidos me devuelvan al mareo y a la desesperación, pero no es así. A partir de este momento, la percepción del tiempo y del espacio deja de ser lineal.
Diego no deja de hacer sonar diferentes instrumentos y de cantar. Soy consciente por primera vez de su influencia en los efectos del fuerte brebaje. Las sensaciones vienen y van por oleadas que coinciden con los icaros (cantos), con los ritmos obsesivos y con las sopladas de tabaco. Ha desaparecido el miedo. Puedo dejarme llevar totalmente y, de repente, me invade una intensísima sensación de comunión. Siento en mi interior la Pachamama, la Madrecita que me muestra que yo soy la vida. Intento racionalizar mis sensaciones pero me resulta imposible. El conocimiento no procede de la mente sino de todas y cada una de mis células, separadas por inmensos vacios. Siento que todo es natural y que no hay duplicidad: la vida y la muerte, el sufrimiento y el placer, la bondad y la maldad proceden del mismo lugar terrible y maravilloso. Lloro y río al mismo tiempo, abrumado por la indescriptible realidad de las sensaciones.
Diego pregunta si alguien quiere tomar más. Abro los ojos. Ya ha anochecido. Me doy cuenta del sufrimiento a mi alrededor y siento el conocimiento instintivo de que puedo ayudarles. Abro los brazos y me dejo llevar por los sonidos, por las vibraciones y por los colores. Todo lo que siento es energía. Me doy cuenta de que puedo manipularla para absorber el sufrimiento de mis hermanos de ceremonia. Y lo hago hasta que una energía mayor me lo impide: es Diego, poderosísimo chamán, que domina, dirige y conduce. Me impresiona su poder mientras me muestra que el sufrimiento también es natural. Hoy no me toca a mi, pero llegará. Me alcanza la idea del sufrimiento consciente como parte de todas las evoluciones posibles. Me admira su maestría y sabiduría inmemorial. Siento la necesidad de reconocerlo: "¡Shaman!". Él sigue ayudando con soplidos, icaros, sonidos y palabras. A veces juega con el sonido de su voz con tintineos y vibraciones y en esos juegos hay caricias, enseñanzas y mucha comprensión. Siento su poder que me hace sentir poderoso.
Abro los ojos de nuevo. Algunos hermanos caminan como fantasmas, rodeados de halos de energía. Entran y salen de la sala, con movimientos lentos y desequilibrados. Gritos, gemidos, arcadas insoportables, suspiros y risas. Hago lo posible por acompañarlos con mi energía, con un amor que es mío aunque también es nuestro. Sigo llorando agradecido por la perfecta realidad de lo que somos. En varios momentos me pierdo hasta que la voz me recuerda que la vida es respirar. En una de esas ocasiones, respirando de una manera especialmente profunda, siento una enorme fuerza alojada en mí. Me desperezo y me estiro y las ondas son palpables. Estoy completamente tenso y me siento profundo y muy potente. En todo momento tengo los brazos abiertos como si sostuviera una gran bola en cada una de mis manos.
Sudo a mares y bostezo en muchas ocasiones (luego sabré que es otra forma de limpieza y purificación). Cada vez estoy más cansado. Diego da por terminada la ceremonia. Oigo los aplausos de mis compañeros, pero yo aún estoy ahí. Me siento agradecido pero sé que aún no ha acabado. Me pierdo. De pronto siento las arcadas y el vómito. Es fuerte pero no doloroso. Ya llega el final. Han pasado 9 horas. Por fin me duermo.
3 comentarios:
Hola Kike,acabamos de leer Lucía y yo tu maravillosa experiencia con el chamán,ya nos contarás en esa cena que tenemos pendiente.Un abrazo y un besico de tu hermanica para vosotros dos,chau.
Hola Kike!!!
Casi con lágrimas en los ojos después de leer el post. Me has impresionado y conmovido! Empatizo con facilidad, pero aunque no fuera así, la descripción de la ceremonia y de tus sensaciones es magistral...
Conozco la Ayahuasca por los trabajos de Escohotado (Antonio, no el otro), y recuerdo que ponía como ejemplo de su "poder" (no sé qué palabra emplear que se ajuste más a la realidad), el caso de español afincado en sudamérica que, gracias a la "madrecita", logró desenganchar del caballo a su sobrino y, de paso, cambiar su conducta, sus hábitos, su escala de valores, su implicación familiar, su grado de responsabilidad... En fin, un completo!
Me sentí intrigado entonces, pero después de leer tu entrada, lo estoy todavía más. En Mallorca pude probarla, pero no me atreví. Ya veremos lo que digo la próxima vez...
Pregunta: ¿te importaría que te publicara el texto en Coscorrón? Por supuesto (huelga decirlo) citándote y enlazándote. Y, como "oferta promocional", poniéndote por las nubes!! ;)). He pensado que aprovecharía para hacer un post sobre la ayahuasca, y tu descripción sería un aporte magnífico para redondear la entrada... Piénsatelo y me cuentas, vale?
Por cierto, ahora que lo pienso, ¿qué pasa con tu rollo? Que no te conformabas con dominar la pintura, sino que, además, tenías que saber escribir, no? acaparador!! Te confieso que cuando he empezado a leer, pensaba que era un extracto de "Las enseñanzas de Don Juan", de Castaneda. Si no lo has leído, es un imprescindible.
La carne de gallina me has dejado, macho!! Un abrazo!!
Hola, que gusto encontrar ayahuasqueros por todos lados, me siento tan gozosa desde que volví, desde que nací, oigo los ícaros cada día en mi corazón, en mi cabeza, me siento rodeada de un amor inmenso, inmenso.
Describes de maravilla la formidable experiencia de morir y nacer en la madre Ayahuasca :*
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